RESTAURANTES EN VALENCIA:
Eran las 9 y media de la noche cuando se abrió el telón. Las puertas del restaurante Samsha en Valencia, liderado por Víctor Rodrigo, se abrieron para dar paso una experiencia gastronómica fuera de lo convencional. El único requisito impuesto por el chef: estar dispuestos a ser sorprendidos y poner a punto los sentidos.
Y precisamente eso fue lo que hicimos, dejar de lado cualquier convencionalismo y dejarnos llevar. El propio Víctor, convertido en maestro de ceremonias, nos recibió en la zona chill out junto a uno de sus famosos grafitis y es que no hay que olvidar que su vena creativa, unida a su pasión por esta técnica, le ha llevado a ganarse el sobrenombre de El Vanski de los fogones. Allí fue donde comenzó a preparar el primer acto: los aperitivos. Sabores originales y bien combinados que te hacían sumergirte de pronto en las profundidades del Mar Caribe. Peces tropicales de ajo blanco y ajo negro, camarón y cebolla y curry y violetas acompañados por una soda carbónica de albahaca con un intenso color azulado.
A esta presentación tan visual, le siguieron tacos con helado, torreznos cocidos a baja temperatura y mini pizzas de chocolate. Mención especial merece la deliciosa y refrescante michelada, un cóctel típico mexicano, que elaboró ante nosotros con base de cerveza, cubitos de tomate, nitrógeno y un toque picante de chili.
Toda una declaración de intenciones y un aviso de lo que nos aguardaba el resto la noche. Tras los aperitivos, pasamos a la mesa. Pero quién se esté imaginando una mesa al uso se equivoca porque en Samsha todo es diferente. Nos sentamos ante una piedra impoluta en forma de U, para 16 comensales, que se fue transformando a medida que avanzaba la experiencia Samsha. Porque ésta es el lienzo sobre el que Rodrigo va tejiendo el show culinario de esta cena de los sentidos donde se concentra una sesión de Dj, una galería de arte y un teatro comestible.
Escenario 1: El bosque
Y ahí, sobre la misma piedra, el joven chef empezó a crear lo que minutos después se convertiría en un auténtico bosque. La base inicial, dibujada con salsa de cremoso de parmesano, fue coronada progresivamente por tierra (boletus), rocas (pan de sésamo y avellanas), piedras (nueces de macadamia), musgo (orégano), líquenes (tomillo limonero y salvia), setas (boletus, amanitas y simejis) y ramas (yema trufada). Fue increíble observar la precisión y el ritmo con el que tanto Víctor como sus compañeros disponían todos los elementos sobre la mesa. Y como colofón a este acto, que nos dejó literalmente con la boca abierta, una fina lluvia de hojas y pinocha, elaborada con soja especiada, tomate y boletus, cayó caprichosamente desde lo alto. Hay que destacar la buena combinación en boca de unos ingredientes que encajaban a la perfección, siempre capitaneados por el aroma y el sabor de las setas y de los frutos secos. En definitiva, pudimos comprobar algo poco usual, a qué sabe un bosque.
Escenario 2: Flúor
En pocos minutos, las placas de la mesa se sustituyeron por otras nuevas y la naturaleza anterior dio paso a la química al ritmo de los Chemical Brothers. Todo se oscureció y Víctor fue esbozando unas líneas flúor sobre las que fue superponiendo el resto de elaboraciones también luminiscentes: brazo de gitano de mantequilla y ajo negro, abeja tostada con bacalao confitado, crumbel refractante pastelito de chirivía, nem de cochinillo con puré de papas y gamba baozi rellena de ceviche. Una quimera donde nada es lo que parece y donde todo se puede comer debido a un ejercicio de imaginación desbordante. Rodrigo es el primer cocinero en España que se ha atrevido a hacer comida fluorescente, algo sorprendente, extraño y maravilloso a partes iguales. Un escenario caracterizado por sabores muy potentes pero sobre todo irreconocibles.
Escenario 3: Arco iris dulce
Y de repente las luces de neón y los toques flúor se disiparon para dar entrada al último de los pases. Un arco iris de postres compuesto por tres bloques y donde el nitrógeno líquido hizo nuevamente acto de presencia para deleite de los comensales. Un escenario, que a pesar de ser el último y de la copiosidad de los anteriores, era imposible no terminarte. Increíble el sabor de la bola hueca gigante de chocolate, que tenías que romper con un mazo, y los bombones de petacetas que nos hicieron retroceder en el tiempo y recordar nuestra infancia.
Sin duda, toda una experiencia de sabores y texturas originales, diferentes y bien combinadas, aunque alejada de cualquier norma. Podemos asegurar que Víctor Rodrigo ha conseguido de sobra el objetivo que se propuso hace ahora un año: romper las reglas de la alta gastronomía.
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